Todo se irá, la tarde el
sol, la vida,
será el triunfo del mal, lo
irreparable;
sólo tú quedarás, inseparable
hermana del
ocaso de mi vida.
Se tornarán las rosas en un
cálido
ungüento de otoñales hojas muertas;
rechinarán las
escondidas puertas
del alma y será todo mustio y
pálido.
Y tú también te irás, hermana mía.
Condenado a
vivir sin compañera,
he de perder hasta la pena un
día,
para acechar, cual triste penitente,
a través de mi
pálida vidriera
el último milagro de la
fuente.