Ya hablaremos de nuestra juventud,
ya hablaremos después, muertos o vivos
con tanto tiempo encima,
con años fantasmales que no fueron los nuestros
y días que vinieron del mar y regresaron
a su profunda permanencia.
Ya hablaremos de nuestra juventud
casi olvidándola,
confundiendo las noches y sus nombres,
lo que nos fue quitado, la presencia
de una turbia batalla con los sueños.
Hablaremos sentados en los parques
como veinte años antes, como treinta años antes,
indignados del mundo,
sin recordar palabra, quiénes fuimos,
dónde creció el amor,
en qué vagas ciudades habitamos.
miércoles, 29 de junio de 2011
sábado, 25 de junio de 2011
LEJANA (Romeo Murga, 1904-1925)
Como el sendero blanco porque vuela mi verso,
eres tú, toda llena de cosas extrañas.
Llevas algo de extraño, de sutil y disperso
como el polvo que dejan atrás las caravanas.
Amas la lejanía y eres la lejanía.
No has soñado jamás con la paz de tus lares.
Tienes el gesto claro y la blanca osadía
de las velas que parten hacia todos los mares...
Todo camino sabe de tu huella. Los montes
y el viento te desean. Tú -sin saber, acaso-
reclinas tu cabeza sobre los horizontes,
como sobre el regazo.
Y otra vez al camino, al viaje comenzado,
a las cosas lejanas del dolor y la muerte.
Si alguna vez, mujer, pasaras por mi lado
yo no podría detenerte.
Me quedaría inmóvil. No me querría asir
a tu pálida vesta de ensueños y azahares;
sólo por la tristeza de mirarte partir
como una vela blanca hacia todos los mares...
eres tú, toda llena de cosas extrañas.
Llevas algo de extraño, de sutil y disperso
como el polvo que dejan atrás las caravanas.
Amas la lejanía y eres la lejanía.
No has soñado jamás con la paz de tus lares.
Tienes el gesto claro y la blanca osadía
de las velas que parten hacia todos los mares...
Todo camino sabe de tu huella. Los montes
y el viento te desean. Tú -sin saber, acaso-
reclinas tu cabeza sobre los horizontes,
como sobre el regazo.
Y otra vez al camino, al viaje comenzado,
a las cosas lejanas del dolor y la muerte.
Si alguna vez, mujer, pasaras por mi lado
yo no podría detenerte.
Me quedaría inmóvil. No me querría asir
a tu pálida vesta de ensueños y azahares;
sólo por la tristeza de mirarte partir
como una vela blanca hacia todos los mares...
viernes, 17 de junio de 2011
EL AGUA (Miguel Arteche, 1926)
A media noche desperté.
Toda la casa navegaba.
Era la lluvia con la lluvia
de la postrera madrugada.
Toda la casa era silencio,
y eran silencio las montañas
de aquella noche. No se oía
sino caer el agua.
Me vi despierto a medianoche
buscando a tientas la ventana;
pero en la casa y sobre el mundo
no había hermanos, madre, nada.
Y hacia el espacio oscuro y frío
y frío el barco caminaba
conmigo. ¿Quién movía
todas las velas solitarias?
Nadie me dijo que saliera.
Nadie me dijo que me entrara,
y adentro, adentro de mí mismo
me retiré: toda la casa.
Me vio en el tiempo que yo fui,
y en el seré la vi lejana,
y ya no pude reclinar
mi juventud sobre la almohada.
A medianoche busqué
mientras la casa navegaba.
Y sobre el mundo no se oyó
sino caer el agua.
Toda la casa navegaba.
Era la lluvia con la lluvia
de la postrera madrugada.
Toda la casa era silencio,
y eran silencio las montañas
de aquella noche. No se oía
sino caer el agua.
Me vi despierto a medianoche
buscando a tientas la ventana;
pero en la casa y sobre el mundo
no había hermanos, madre, nada.
Y hacia el espacio oscuro y frío
y frío el barco caminaba
conmigo. ¿Quién movía
todas las velas solitarias?
Nadie me dijo que saliera.
Nadie me dijo que me entrara,
y adentro, adentro de mí mismo
me retiré: toda la casa.
Me vio en el tiempo que yo fui,
y en el seré la vi lejana,
y ya no pude reclinar
mi juventud sobre la almohada.
A medianoche busqué
mientras la casa navegaba.
Y sobre el mundo no se oyó
sino caer el agua.
lunes, 13 de junio de 2011
EPITALAMIO (Pablo de Rokha, 1894-1964)
Dios te ampare, mujer, inmaculada y triste como una flor que oliese a hojas caídas.
Universo, universo, universo, ave-niña, ilusión más ingenua, más ingenua aún, más ingenua que las cunas azules cuando el sol clarea los pueblos fúnebres, melancólicos.
Tú que pastoreabas las palomas del lugar por cuatro reales…
Filosofando caminas sobre las tumbas del planeta-Winétt.
Reíste a los tres días de nacer, dulcemente de nacer, porque ya eras madre de lo creado y abuela de los muertos.
Paz, sonora canción nacida de un tajo hecho en la tierra, sin héroes o niños divinos antes de ayer.
Y manas sangre de árbol-árbol con olor a surcos llenos de simiente.
Contigo el pánico florece y las tristezas dan frutos dulces.
E iluminas el camino hacia el hombre distante.
Desengañada te crees y tus días son cuentos para niños.
He aquí que eres máquina de nieve encendida.
Andas por los caminos de la vida y la muerte con el ritmo enorme que fluyen cantando a ciegas los fenómenos, cantando a ciegas los fenómenos, cantando a ciegas los fenómenos.
Yo conozco, siento que tus raíces cándidas horadaron mi estupor…
Atardeciendo, cuando el farol invernal del crepúsculo alumbra lo melancólico, el porvenir de las tumbas lluviosas e irremediables, la cara absurda del vacío, entonces, yo estoy, querida, deshojándote hoja a hoja… hoja a hoja…
Ejemplo de mujer casada, niña de octubre y mariposa, mi corazón se está incendiando a tus pies.
El cataclismo universal de tu agonía me tronchará los huesos marchitos y sentiré que moriré llamándote.
Soy tuyo entero, encadéname con sollozos y alimenta con besos golosos al animal feroz que elegiste por amo.
Universo, universo, universo, ave-niña, ilusión más ingenua, más ingenua aún, más ingenua que las cunas azules cuando el sol clarea los pueblos fúnebres, melancólicos.
Tú que pastoreabas las palomas del lugar por cuatro reales…
Filosofando caminas sobre las tumbas del planeta-Winétt.
Reíste a los tres días de nacer, dulcemente de nacer, porque ya eras madre de lo creado y abuela de los muertos.
Paz, sonora canción nacida de un tajo hecho en la tierra, sin héroes o niños divinos antes de ayer.
Y manas sangre de árbol-árbol con olor a surcos llenos de simiente.
Contigo el pánico florece y las tristezas dan frutos dulces.
E iluminas el camino hacia el hombre distante.
Desengañada te crees y tus días son cuentos para niños.
He aquí que eres máquina de nieve encendida.
Andas por los caminos de la vida y la muerte con el ritmo enorme que fluyen cantando a ciegas los fenómenos, cantando a ciegas los fenómenos, cantando a ciegas los fenómenos.
Yo conozco, siento que tus raíces cándidas horadaron mi estupor…
Atardeciendo, cuando el farol invernal del crepúsculo alumbra lo melancólico, el porvenir de las tumbas lluviosas e irremediables, la cara absurda del vacío, entonces, yo estoy, querida, deshojándote hoja a hoja… hoja a hoja…
Ejemplo de mujer casada, niña de octubre y mariposa, mi corazón se está incendiando a tus pies.
El cataclismo universal de tu agonía me tronchará los huesos marchitos y sentiré que moriré llamándote.
Soy tuyo entero, encadéname con sollozos y alimenta con besos golosos al animal feroz que elegiste por amo.
lunes, 6 de junio de 2011
EL RESPLANDOR (Rodolfo Kahn, 1935)
I
Sobre cada cielo de Sodoma
a trescientos mil decantamientos
en un pulsar
de sus tobillos cuelga Sade a una doncella después de amarla
En tanto
una gochorum insiste en rastrear su saditud
dejándose coger por sus ilapsus
II
La voz de Pélagie inunda las galerías del Chateau de
La Coste
Sainte Therese de Jesus bajo un dintel o tal vez una ojiva
si no una arcada o adeherida
a alguna de las columnas o
bien tras los cotinajes de un
palco asoma demudada in
puribus ardiendo escrutándolo
t o d o b a l b u c e a n d o
arrobadamente quedamente
en Le Theatre de La Coste
Chiara Moldetti amamanta a su crío y sella una postrer misiva
a Donatien de ira y sumisiones
de imprecación y entregas
III
Justine recorre las celdas para alucinados
Un hato de virgónulas le sigue los pasos
Legionarias en tropel son arrojadas al salón
de baile
Una jauría de incontenibles las ha sitiado
en el gimnasio
Algunas primerizas aúllan desde el mirador
Chiara decúbito dorsal sobre la gran mesa
del ágape yace
Juliette y sus acompañantes devoran con
fruición las vísceras de alguna criatura
pavorosamente prodigiosa
Sobre cada cielo de Sodoma
a trescientos mil decantamientos
en un pulsar
de sus tobillos cuelga Sade a una doncella después de amarla
En tanto
una gochorum insiste en rastrear su saditud
dejándose coger por sus ilapsus
II
La voz de Pélagie inunda las galerías del Chateau de
La Coste
Sainte Therese de Jesus bajo un dintel o tal vez una ojiva
si no una arcada o adeherida
a alguna de las columnas o
bien tras los cotinajes de un
palco asoma demudada in
puribus ardiendo escrutándolo
t o d o b a l b u c e a n d o
arrobadamente quedamente
en Le Theatre de La Coste
Chiara Moldetti amamanta a su crío y sella una postrer misiva
a Donatien de ira y sumisiones
de imprecación y entregas
III
Justine recorre las celdas para alucinados
Un hato de virgónulas le sigue los pasos
Legionarias en tropel son arrojadas al salón
de baile
Una jauría de incontenibles las ha sitiado
en el gimnasio
Algunas primerizas aúllan desde el mirador
Chiara decúbito dorsal sobre la gran mesa
del ágape yace
Juliette y sus acompañantes devoran con
fruición las vísceras de alguna criatura
pavorosamente prodigiosa