Y no hay nadie.
No hay nada.
Salvo el sabor salobre del mar que esparce el viento
entrañas de cipreses galopando en la orilla
de la lluvia.
Y no hay nadie,
no hay nada
en este invierno nuestro.
(Agazapados los hombres admiran ese viento
los árboles que vuelan sin alas en la noche
los feroces alambres que silban alumbrando…)
Y los navíos roncos de mojarse los dedos
que en la muralla verde se hunden, dormidos.
Bellísimo.
ResponderEliminarSólo quien conoce esas tierras maravillosas puede poner así el sentimiento en las letras.
Abrazos.