viernes, 30 de julio de 2010

EL CUCHILLO ENTERRADO (Efraín Barquero, 1931-)

Su rostro se ha vuelto como una máscara
hecha de agua y tierra que las lágrimas deshacen
cuando se come solo el pan desenterrado.
Abre de par en par todas las habitaciones,
acuesta el reloj de pared, cubre los espejos.
Qué hacer. Coge el viejo cuchillo ennegrecido
por los años y roído por un gran remordimiento.
El cuchillo desnudo como el mar en un pez,
desnudo como la tierra en una sola semilla.
Lo coge y lo entierra mirando a todos lados
sobre un gran pan con un chasquido sordo
como si atravesara la palma de una mano extendida.
Lo empuña de nuevo y se hace un corte en el muslo
que embebe con un trozo de ese mismo pan
como si esta fuera su comida desde ahora.
Y prueba la sangre de dos heridas abiertas
-la suya y la que nunca se conoce en los otros.
Ninguna respuesta. Dispone doce copas en la mesa
y las llena de vino hasta los bordes.
Después la quiebra contra el techo y los muros.
Se produce un gran silencio. Y se queda inmóvil
aguardando con los ojos cerrados.

GENIO Y FIGURA (Pablo de Rokha, 1894-1967)

Yo soy como el fracaso total del mundo, ¡oh, Pueblos!
El canto frente a frente al mismo Satanás,
dialoga con la ciencia tremenda de los muertos,
y mi dolor chorrea de sangre la ciudad.
Aún mis días son restos de enormes muebles viejos,
anoche «Dios» llevaba entre mundos que van
así, mi niña, solos, y tú dices: «te quiero»
cuando hablas con «tu» Pablo, sin oírle jamás.
El hombre y la mujer tienen olor a tumba,
El cuerpo se me cae sobre la tierra bruta
Lo mismo que el ataúd rojo del infeliz.
Enemigo total, aúllo por los barrios,
un espanto más bárbaro, más bárbaro, más bárbaro
que el hipo de cien perros botados a morir.