El mar, la cordillera y el desierto
Son del norte de chile los orígenes.
Pero el hombre, que es sol entre los soles,
Es su cosmos total, la tierra entera.
Es la simple palabra antes del eco.
Es el árbol que vence las arenas.
Es la piedra aterida de silencio
Que busca en el sonido su universo.
Sin él, la sal, el cobre, la turquesa,
Vivirían aún su noche turbia.
La tierra aún sería la colmena
De légamo zumbante: pura larva.
El mar no habría abierto sus abismos.
La luz no bajaría de las cumbres
En eléctricos ríos velocísimos
Terminados en deltas de cristales.
Arica no tendría alba de olivas.
Iquique no sería sol de escamas.
Antofagasta, cálida, calama,
Sin nacer estaría: pan de sombras.
Tocopilla, taltal, chuquicamata,
Nunca habrían salido de las dunas.
Chañaral, copiapó se ocultarían
A la espera de juan godoy, el mago.
Ovalle y vallenar, sin rumbo fijo
Navegarían lagos invisibles.
La serena sería aún campana
De brisa fabricada por los pájaros.
Coquimbo dormiría en marejadas
De océano noctámbulo y corsario.
Combarbalá con piel de greda cruda
Se buscaría para hallarse trunca.
Vicuña a la mistral no soñaría
En la palabra auténtica de chile.
Del norte entonces nada se sabría
A no ser por el hombre, que es su fuerza.
Él crea su raíz. Coge el relámpago
Que día a día salva la existencia.
Despierto, clamoroso, persistente,
Siembra su ser, transforma geografías.
Entre el mar y el desierto ordena alturas.
Con su mente corrige los espacios.
Multiplica la luz. Planta alboradas,
Semillas de espigadas primaveras.
El hombre es la mejor veta del norte:
Agua para su sed, sol en su noche.
En él tiene su voz la tierra ardida.
El mar, profundidad, roncos designios.
miércoles, 24 de noviembre de 2010
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