Padre Nuestro que estás en los cielos,
¡Por qué te has olvidado de mí!
Te acordaste del fruto en Febrero,
al llagarse su pulpa rubí.
¡Llevo abierto también mi costado,
y no quieres mirar hacia mí¡
Te acordaste del negro racimo,
y lo diste al lagar carmesí;
y aventaste las hojas del álamo,
con tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en el ancho lagar de la muerte
aún no quieres mi pecho oprimir!
Caminando vi abrir las violetas;
el falerno del viento bebí,
y he bajado, amarillos, los párpados,
por no ver más Enero ni Abril.
Y he apretado la boca, anegada
de la boca que no he de exprimir.
¡Has llagado la nube de Otoño
y no quieres volverte hacia mí!
Me vendió el que besó mi mejilla;
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú, sobre el paño, le di.
Y en mi noche del Huerto, me han sido
Juan cobarde y el Angel hostil.
Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin:
el cansancio del día que muere
y el alba que debe venir;
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!
Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido de ti:
¡Padre Nuestro que estás en los cielos,
por qué te has olvidado de mí!
viernes, 8 de abril de 2011
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MARAVILLOSO NOCTURNO, TAN VIGENTE AYER, HOY Y MAÑANA...
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