Y no hay nadie.
No hay nada.
Salvo el sabor salobre del mar que esparce el viento
entrañas de cipreses galopando en la orilla
de la lluvia.
Y no hay nadie,
no hay nada
en este invierno nuestro.
(Agazapados los hombres admiran ese viento
los árboles que vuelan sin alas en la noche
los feroces alambres que silban alumbrando…)
Y los navíos roncos de mojarse los dedos
que en la muralla verde se hunden, dormidos.
viernes, 4 de noviembre de 2011
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Bellísimo.
ResponderEliminarSólo quien conoce esas tierras maravillosas puede poner así el sentimiento en las letras.
Abrazos.