viernes, 13 de febrero de 2009

FONTANA CÁNDIDA (Diego Dublé Urrutia, 1877-1967)

Para mí, nada pido,
dadme una rama de árbol, una roca,
y las tendré por nido.

Mi nombre, pronunciado
con ánimo gentil por vuestra boca,
me hará creerme amado.

Evocad mi memoria
al ver una luciérnaga, una estrella,
y me daréis la Gloria.

Pobre es mi celda, pero
a veces canta o se lamenta en ella
el universo entero.

¡Mi Ideal!… lo harta un perfume
de yerba fresca; en la oblación
de un beso su mole se consume.

Llama que al cielo amaga
es mi ambición… que un niño
cruza ileso, y una lágrima apaga.

Todo lo tengo; y, breve,
cabe en un verso mi caudal:
más grave
es un copo de nieve.

Detesto el mal, y amigo
del malo soy, -mi carne bien lo sabe,-
pero a mis jueces digo:

Dolor me apacentara.
Soy el loto que sorbe en agua impura.
Su aroma y su miel clara.

Mi cuerpo, con sus lodos,
dejádmelo, que es mío; con su albura,
mi espíritu es de todos…

Y así, aspirando al cielo,
y aspirando a la tierra, y aspirando
a la quietud y al vuelo,
en este inquieto viaje
me siento derribar de cuando en
cuando por el contrario oleaje.

Y duermo… y en el sueño
me pregunto: ¿quién soy?…
¿quién me conoce?…
¿Estoy despierto o sueño?…

¿Es crimen, es mentira
el placer que me aflige?… ¿santo goce
el dolor que me inspira?…

Y alguien responde: acaso
el ángel bueno que me guarda;
el malo que me perturba el paso;

Dios mismo: acaso Cristo,
por la boca del lodo en que resbalo
o el lirio que conquisto…

Y el dictamen obscuro,
bajo el aire celeste, en la vigilia,
deformo o transfiguro,
en dádiva secreta;
en salmo de esperanza a la familia,
al amigo, al poeta;
En hieles del despecho;
en áspid que amenaza por la espalda
y me emponzoña el pecho:

En un meditar solo;
o en hoja y flor que en ática
guirnalda tiendo a los pies de Apolo…

Ya aletazo aquilino
toca mi ciega fuente, y va a los vientos
el chorro cristalino:

Milagroso fantasma
que enloquece a los pájaros sedientos,
y a los árboles pasma.

Ya mi ala a Dios exalto,
y mi pluma se inflama como loca
en su fanal más alto.

Ya mi bordón requiero,
y no aquieta mi labio hasta que toca
la sandalia de Homero…

¡Tu cielo azul, tus lares!
¡Patria! Nevado monte! Casa vieja!
roble de mis cantares!

Que tu amor me apacigüe.
Quiero ser en tu rama dulce abeja,
solitario copigüe…

Y, tú que el agua acreces
del mar en que me esperas, con tu
llanto ¡Madre!…¿no fui mil veces
golondrina en tu alero;
Rey Mago en tu Pesebre; en tu
quebranto serenador lucero?…

¡Oh, Amor!…Para invocarte
unjo de aromas finos mi piel ruda,
mírome en tu agua, aparte…

Para ablandar tu reja
pido al hambre su súplica más muda:
a la torcaz, su queja…

Y si me das oído
y me entrega su miel tu labio joven,
en tu más hondo nido
vuelo a asilar mi aurora,
para que las alondras no me roben
la eternidad de tu hora!…

Mas, ¡ay! cuán poco dura…
Murciélago me ve la tarde triste,
candil, la noche obscura.

Cabe la turbia poza
gime la rana humilde: por su alpiste
mi ruiseñor solloza…

Dios, patria, amor, ensueño,
se me apartan… Embriágame el
Olvido con su fatal beleño;

y me entrego a mi suerte,
frágil alga que azota enfurecido
un aquilón de muerte…

Y al vendaval, el alga:
¡Muévate, oh Dios, mi
lóbrego destino! ¡Mi confesión me valga!…

Y al alga, el vendaval:
flota y canta; serás
carbón divino: te mudaré en cristal.

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