Nació bajo el cielo de América
la estrella de la libertad
y marcha, rumbo a su futuro,
por el camino azul del mar.
En el cielo de la bandera
vierte su claro luminar:
abre la senda a la esperanza,
pone dulzura en el afán,
óleo derrama en las heridas
y en la guerra, aroma de paz.
La bandera, dulce y chilena,
vuela en la ruta azul del mar.
Treinta y seis barcos anclar quieren
allá en la playa virreinal.
Nacieron de las cuatro tablas,
las cuatro tablas sobre el mar.
Llena los ojos y las almas
una emoción continental.
Tiembla en los pechos varoniles
una dulzura de llorar.
Es domingo. 20 de Agosto.
Un agosto primaveral.
Colinas de Valparaíso
sienten la brisa matinal
acariciar su seno verde
como una mano maternal.
En la mañana luminosa
la cordillera besa al mar.
En el aire de primavera
Valparaíso es un rosal.
Y en el cielo de la bandera,
la estrella de la libertad.
En las lágrimas se adivina
una alegría germinal.
En esos barcos, rumbo al norte,
nueva vida va a comenzar.
Y en los pechos late un anhelo:
¡el mar, el mar!
La cordillera se hizo barco,
el barco hendió la inmensidad:
sus alas blancas se extendieron
como si unieran cielo y mar
y las almas purificadas
en un solo anhelo inmortal
vieron nacer entre sus sueños
tierra de amor, tierra de paz.
Treinta y seis barcos, rumbo al norte,
estela azul abriendo irán.
La cordillera se ha embarcado,
la dulce cordillera austral,
la que tiene arrullos de tórtola
y ronco son de tempestad,
la madre que da labio y pecho
al hombre de puro metal
y acendra en su entraña remota
oro de virgen hontanar.
La cordillera va en los barcos
con un fervor de humanidad.
Va tremolando blanca el ala,
el ala de la libertad.
Solitaria fulge una estrella,
flor de luz en el cielo austral.
Y el canto resuena en las almas:
¡el mar, el mar!
Van a partir treinta y seis barcos,
treinta y seis barcos sobre el mar.
Agosto está de primavera.
Valparaíso es un rosal.
Hombres de América, hombres libres,
hora es de arar y de sembrar.
O’Higgins sueña en Las Canteras.
Siente y presiente Montalbán.
Otro titán llorará un día:
“Hemos arado sobre el mar”.
Sembremos en surcos de lágrimas
estelas de la claridad,
entreguemos, sangre a la tierra,
flor de cantar, fruto de amar.
Daremos todo lo que somos.
Pedirán más. Daremos más.
También lloraremos un día:
“Hemos arado sobre el mar”.
La vocación heroica quiere
que el hombre sea un vendaval
que agite las cosas y el mundo
hasta quedarse en soledad
en el torrente de la historia,
acantilado frente al mar.
O’Higgins despide los barcos.
Silencio de seda y de paz.
En la dulzura de la hora
Valparaíso es un rosal.
San Martín estrecha en sus brazos
al visionario capitán.
Late en las almas y las cosas
un anhelo de soledad.
Y en el canto de los soldados:
¡el mar, el mar!
Cantando van treinta y seis barcos,
treinta y seis barcos sobre el mar.
Su canto es un canto de América:
Esperanza de Libertad.
Hijos de Chile y la Argentina
a redimir hermanos van.
Libertad, sueño de las almas,
la arrulla el mar, la acuna el mar.
Distante queda de los barcos
el remoto confín austral.
La bandera lleva en su cielo
la estrella de la libertad.
San Martín a su sombra, fuera
su cruzado y su capitán.
El, con sus huestes, bajo el cielo,
es la montaña sobre el mar.
O’Higgins dice a sus chilenos:
“Perú nace a la libertad”.
Treinta y seis barcos van cantando
por el camino azul del mar.
Sacude los pechos viriles
una alegría de llorar.
O’Higgins y torna a su castillo
por el camino en soledad.
La cruz del sur abre los brazos
con abandono maternal.
Va tremolando, blanca, blanca,
el ala de la libertad.
Suena y resuena el grito heroico:
¡el mar, el mar!
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